Memoria Internacional 2021 > COVID-19: la dificultad de que las vacunas se conviertan en vacunaciones
Cuando la pandemia de COVID-19 entraba en su segundo año, las infecciones continuaban aumentando en todo el mundo y afectaban a todos los países en los que Médicos Sin Fronteras (MSF) proporcionaba atención médica y humanitaria. A pesar de que la escala de la pandemia y la respuesta que se le daba diferían en cada país, la magnitud de la crisis desafió nuestra capacidad de darle respuesta sin dejar de atender nuestros proyectos habituales y de intervenir en otras emergencias. Nuestras prioridades continuaron siendo fortalecer la prevención y control de infecciones, capacitar al personal sanitario, llevar nuestras actividades a las propias comunidades, ofrecer apoyo en salud mental y proporcionar atención hospitalaria a pacientes con síntomas graves de COVID-19.
Cumplir con esta última prioridad, sin embargo, fue extremadamente complicado sin las herramientas necesarias para combatir la enfermedad. Al no existir tratamiento específico, la mortalidad aumentó incluso en los hospitales con los mejores equipos del mundo. Mientras tanto, en muchos lugares donde estábamos trabajando, no había lo básico para reducir la mortalidad, como oxígeno, respiradores y personal capacitado en cuidados intensivos. En un momento dado, llegó a fallecer el 84% de las personas que ingresaban en la uci de uno de nuestros hospitales de Adén (Yemen). Había una necesidad desesperada de vacunas para hacer frente a los estragos de la enfermedad.
Desarrolladas a un ritmo nunca antes visto, las vacunas estuvieron listas a principios de 2021. De pronto, la situación cambió, al menos para los países de rentas altas, que comenzaron a administrarlas a gran escala. Cada vez había más datos que corroboraban la seguridad y efectividad de las vacunas a la hora de reducir los síntomas graves y los fallecimientos, y esto ayudó a que, con el tiempo, aumentara la aceptación. En este momento, los resultados en nuestros pacientes también deberían haber mejorado, algo que resultaba de suma importancia, a la luz de que también tenían que luchar contra la desnutrición y las enfermedades o condiciones subyacentes. Sin embargo, muchas de estas personas no fueron vacunadas, ya que los países de rentas altas monopolizaron las reservas. La Campaña de Acceso a medicamentos vitales de MSF fue muy clara en este aspecto: era necesaria una distribución equitativa en todo el mundo. Ejercimos mucha presión para que se habilitaran mecanismos para mejorar ese acceso.
Para mediados de año, había más disponibilidad de vacunas y, en teoría, se contaba con suficientes para cumplir con el objetivo de la Organización Mundial de la Salud de que el 70% de la población mundial estuviera vacunada a mediados de 2022. Sin embargo, la demanda en algunos países de rentas bajas no fue alta, principalmente debido a las deficiencias de las infraestructuras que son necesarias para que las vacunas se conviertan en vacunaciones: carreteras, medios de transporte, cadena de frío y personal capacitado para vacunar. La baja demanda también se debió a la desconfianza en los nuevos productos y al predominio de otras preocupaciones de salud, como el VIH, la tuberculosis o la malaria, entre otras, que para muchas personas eran más urgentes que la COVID-19.
Así, nuestros equipos presenciaron la complejidad de atender brotes a una escala pandémica en entornos de bajos recursos, mientras que el objetivo de lograr la vacunación global suponía una presión para Ministerios de Salud que no siempre tenían los medios para responder o cuyas realidades requerían objetivos diferentes. Estaba claro que mejorar los índices de vacunación requería enfoques específicos desde el principio y considerar la epidemiología local, la viabilidad y la aceptación por parte de las comunidades. Mientras tanto, nuestros equipos luchaban contra otras necesidades de salud que se habían intensificado debido a la pandemia y debían usar sus limitados recursos para dar respuesta a la COVID-19.
En medio de esta confusión de prioridades, MSF se esforzó por agilizar su enfoque. Reforzamos las medidas para prevenir y controlar las infecciones en toda las ubicaciones donde trabajábamos. Nuestros equipos incorporaron la vacunación y las pruebas en los proyectos de países como Afganistán, Bangladesh, República Centroafricana, Camerún, República Democrática del Congo, Eswatini y Kenia. La vacunación y las pruebas también se sumaron a nuestros servicios médicos en otros lugares; por ejemplo, en Costa de Marfil, lo incorporamos en el programa regular de malaria.
Las actividades se ajustaron según las necesidades: en Irak, durante el pico de la pandemia, atendimos a pacientes con COVID-19 grave y seguimos con la vacunación, las actividades en las comunidades y la capacitación del personal cuando era necesario. También apoyamos las campañas de vacunación nacionales en Líbano, Brasil, Malaui, Perú y Uganda y nos enfocamos principalmente en los grupos vulnerables o de alto riesgo. Al mismo tiempo, colaboramos en la creación de la “reserva humanitaria” de COVAX. Este mecanismo se habilitó para administrar vacunas de la COVID-19 a personas en riesgo de exclusión por parte de los Estados, como migrantes sin papeles o aquellas que viven en zonas de conflicto que no están bajo el control de ningún Gobierno; esto es vital para que las organizaciones humanitarias tengan un espacio independiente en el que operar. Pero se ha visto perjudicado por los problemas legales y la burocracia, y sigue estando inaccesible para las ONG que quieren conseguir vacunas para esos colectivos. Finalmente, proporcionamos pruebas y vacunas a todo nuestro personal. Además, y en paralelo a las vacunaciones, en países como Costa de Marfil, Camerún y Kenia, realizamos estudios de mortalidad y seroprevalenciaCantidad de patógeno presente en sangre en un grupo de personas o población., con el fin de conocer mejor el impacto local del virus.
Nuestra respuesta a la COVID-19 en 2021 dejó sobre la mesa varias cuestiones abiertas a la reflexión. Una es la manera en que podemos ayudar a que otros servicios médicos resistan el daño causado por el desvío de recursos a la pandemia. Otra es la manera en que podemos compensar los objetivos de vacunación global con soluciones específicas locales, ya que sabemos, a tenor de nuestros cincuenta años de experiencia, que siempre se necesitan soluciones específicas. También debemos reflexionar sobre cómo promover la vacunación en las comunidades y en nuestro propio personal de una forma más activa y oportuna, incluso cuando nosotros mismos no conocemos la vacuna y teniendo en cuenta que no siempre tenemos un papel determinante en las campañas de vacunación organizadas por los Gobiernos. Finalmente, debemos reflexionar sobre cómo ser más eficientes en las campañas de vacunación.
Reflexiones similares también avivan los debates sobre la preparación para “la próxima” pandemia. Pero necesitamos enfocarnos en el aquí y el ahora. En pleno tercer año de COVID-19, todavía nos enfrentamos a olas de infección con nuevas cepas, y las personas propensas a sufrir infecciones graves aún necesitan vacunas, tratamiento y atención.