Presentación
En 2020, la propagación de la COVID-19 por todo el mundo trajo retos extraordinarios para Médicos Sin Fronteras (MSF). También dejó al descubierto las debilidades de muchos sistemas de salud y empeoró el sufrimiento de las personas en países donde ya estábamos trabajando antes de la pandemia. Dado que el epicentro de la crisis mundial de salud pública cambió, prestamos nuestra experiencia en respuesta a emergencias y control de enfermedades infecciosas a las autoridades sanitarias y al personal médico de varios países por primera vez en nuestra historia.
Aunque tuvimos que suspender nuestros servicios en algunos lugares, el incesante compromiso y esfuerzo de nuestros equipos nos permitió, en general, garantizar que las comunidades a las que atendíamos pudieran seguir teniendo acceso a cirugías, atención materno-infantil, vacunas y tratamientos contra otras enfermedades, contagiosas y no contagiosas.
También aprendimos valiosas lecciones. En un año cualquiera, nuestro personal se mueve entre más de 140 países y el contratado en los países donde trabajamos conforma cerca del 80% de nuestra fuerza laboral. A mediados de marzo, el cierre de las fronteras y las estrictas medidas de cuarentena evitaron que personal sanitario, técnico y de apoyo de MSF pudiera sumarse o reemplazar al personal en el terreno. Nuestros proyectos tuvieron que administrarse con un personal muy escaso y mitigar las consecuencias, sobre todo en lugares con crisis humanitarias y zonas de conflicto, como Bangladesh, Nigeria y Yemen. Pese a las dificultades, esta situación nos dio la oportunidad de acelerar el proceso actual de descentralización y ejecución local de elementos clave de nuestras operaciones. También obligó a nuestros equipos en el terreno a buscar soluciones alternativas, como reducir su dependencia de nuestros centros de aprovisionamiento tradicionales —ubicados principalmente en Europa— y conseguir en los mercados locales más equipos y materiales.
En un momento en el que todo el mundo sufrió el impacto socioeconómico de esta crisis mundial de salud, la generosa respuesta de la ciudadanía a nuestro Fondo de donaciones para la COVID-19 fue asombrosa. Gracias a los 121 millones de euros recaudados en 2020, pudimos destinar recursos a proyectos específicos de lucha contra la pandemia y a apoyar a los sistemas sanitarios.
La COVID-19 seguirá siendo una amenaza hasta que esté controlada en todas partes. Solo la solidaridad y la acción internacionales garantizarán que equipos de protección, herramientas de diagnóstico, tratamientos y vacunas estén disponibles de forma justa y equitativa en todo el mundo. Sin embargo, cuando 2020 llegaba a su fin, las tendencias nacionalistas y el “yo primero” comenzaron a ser más fuertes que los llamamientos solidarios, especialmente cuando aparecieron las nuevas vacunas. Los países más ricos empezaron a negociar para asegurarse cargamentos más que de sobra para su propia población y las empresas farmacéuticas las vendieron al mejor postor; en consecuencia, los países de rentas bajas y medias quedaron desamparados, sin la posibilidad de beneficiarse de las vacunas en un futuro cercano.
En el marco de la carrera por desarrollar y producir vacunas, MSF sigue pidiendo que se aumenten los recursos, optimizando y diversificando las capacidades de fabricación, lo que incluye la transferencia de conocimiento. Para ello, nos unimos a otras organizaciones de la sociedad civil para apoyar la propuesta de India y Sudáfrica de exención de determinados derechos de propiedad intelectual.
Abogamos por el acceso a estas herramientas para personas y comunidades excluidas en zonas de conflicto y crisis donde la atención médica no existe o escasea. Denunciar las situaciones que afrontan las personas más vulnerables ha sido esencial en nuestro trabajo desde los comienzos y seguiremos intercediendo para que no se discrimine a nadie.
El año 2020 también puso de manifiesto la injusticia y la discriminación raciales. La indignación, las protestas y los debates internacionales provocados por el asesinato de George Floyd en Estados Unidos en mayo de 2020 hicieron que algunas organizaciones, incluida MSF, evaluaran su progreso en la lucha contra estos problemas.
Bastantes miembros de nuestro personal en todo el mundo alzaron sus voces para poner de relieve los antiguos problemas de racismo y desigualdad estructurales en MSF. Exigían, con razón, un cambio. Aunque dedicamos años a crear conciencia y a implementar mejoras, nuestro progreso ha sido muy lento.
Para eliminar los obstáculos y garantizar que se incluya, respete y valore a todo nuestro personal como corresponde, nuestro Comité Ejecutivo internacional elaboró un plan de acción sobre el racismo y la discriminación a finales de 2020. Su objetivo es transformar las promesas en resultados concretos y significativos.
Las prioridades incluyen garantizar la imparcialidad en la contratación y capacitación de personal y evaluar el sistema de remuneración en todo el mundo. Además de estas cuestiones fundamentales de igualdad, necesitamos cambios en la cultura y en las actitudes institucionales e individuales. También somos plenamente conscientes de que la distribución actual del poder en nuestro movimiento no refleja correctamente la diversidad de nuestra organización; debemos explorar modelos de liderazgo y de trabajo que nos permitan ayudar más eficientemente a quienes lo necesiten.
En 2020, el movimiento de MSF reconoció formalmente las consecuencias médicas y humanitarias del cambio climático, el deterioro del medio ambiente y nuestra contribución a este, y respondió a ello. Decidimos asumir nuestras responsabilidades mediante un pacto medioambiental, que implica medir y minimizar nuestra huella medioambiental sin dejar de dar ayuda médica y humanitaria de calidad. También nos comprometimos a trabajar con otras entidades para adquirir y compartir conocimiento sobre las consecuencias humanitarias de los cambios climáticos y medioambientales.
A medida que nos embarcamos en estos cambios, que modifican nuestra manera de entender las crisis y responder a ellas, sabemos que debemos hacer más, sin comprometer la calidad ni la relevancia de nuestra acción médico-humanitaria.