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Doctors on Rails - MSF Medicalised train in Ukraine
Memoria Internacional 2022

Ucrania: un año de destrucción

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El 24 de febrero de 2022, nos despertamos por la noche a causa del estruendo de explosiones lejanas, el sonido de aviones de combate que lanzaban misiles sobre Kiev y con la asombrosa noticia de que Rusia estaba invadiendo Ucrania. 

Ninguno de nosotros sabía qué esperar. Había llegado cuatro días antes para intentar establecer una red de contactos que pudiera ayudarnos a trabajar si se producía una escalada importante del conflicto. Médicos Sin Fronteras (MSF) trabajamos por primera vez en el país en 1999 y habíamos estado respondiendo a los combates en el este de Ucrania desde 2014, pero, en realidad, estábamos poco preparados. 

Para muchas organizaciones de ayuda y, de hecho, para muchas personas ucranianas, la negación que había precedido a la invasión dio paso a la incredulidad y, para la población civil regular, a una sensación de desastre inminente mezclada con ira. Numerosas ONG abandonaron el país por completo, lo que exacerbó la necesidad de un aumento masivo de la respuesta humanitaria.

En aquellos primeros días, de 10 a 15 millones de personas huyeron de sus hogares. Sorprendentemente, sin embargo, no presenciamos ningún incidente de pánico ni saqueo. No había vuelos, ya que todos los aeropuertos, tanto civiles como militares, habían sido bombardeados por misiles rusos desde el principio. 

No era la primera vez que trabajaba con MSF en una zona de conflicto ni la primera vez que presenciaba el inicio de una guerra importante. Sin embargo, las invasiones interestatales son poco frecuentes (por ejemplo, la invasión estadounidense a Afganistán en 2001 y a Irak en 2003) y la fase intensiva, aunque sangrienta, suele ser breve. La situación en Ucrania no ha sido así en absoluto.
 
Nos mudamos de Kiev a Lviv y desde allí comenzamos a redefinir y reconstruir nuestra asistencia médica. Pocos miembros del personal internacional se sentían lo suficientemente seguros como para quedarse, por lo que iniciamos nuestras actividades principalmente con nuestros colegas ucranianos, quienes aceptaron el desafío a pesar de que estaban todos desplazados y debían encontrar una vivienda para sus familias en zonas más seguras del país. 

La siguiente pregunta fue: ¿cuál podía ser el procedimiento más eficaz en una guerra que avanzaba tan rápido? ¿Dónde podría marcar la mayor diferencia una ONG médica humanitaria?
 
Rápidamente, nos dimos cuenta de que los civiles no se librarían. Las familias que abandonaban Kiev fueron asesinadas en las rutas que conducían al este y al sur del país cuando los tanques abrieron fuego sin previo aviso. Por ello, creamos programas para ayudar a los hospitales a hacer frente a la afluencia masiva de víctimas y traumatismos de guerra, un campo altamente especializado distinto de los traumatismos frecuentes como pueden ser los provocados por accidentes de tráfico. 

También emitimos órdenes de emergencia para reabastecer a los hospitales con el fin de que pudieran sobrellevar la creciente carga de trabajo por traumatismos, un enfoque estándar frente a una guerra en un país de ingresos medios y con una sólida infraestructura de atención médica especializada. La idea era ayudar a un sistema existente a hacer frente a una carga de trabajo extraordinaria. Sin embargo, Ucrania ya estaba en guerra, aunque más restringida geográficamente, desde 2014. Estaba mejor preparada de lo que podría estar la mayoría de los sistemas de atención médica. Sí, algunos médicos y enfermeros nacionales se fueron con sus familias, pero la mayoría se quedó. 

A mediados de marzo, decidimos probar algo nuevo, ya que estaban apareciendo algunas brechas notables en la atención médica. Una cosa era clara: los ferrocarriles seguían funcionando y eran un medio de transporte clave. Muchas personas, incluso con heridas u otras vulnerabilidades, viajaban en tren, por lo general hacia el oeste, lejos de las regiones oriental y central, que habían sido fuertemente bombardeadas. Sin embargo, las regiones y sus hospitales no estaban acostumbrados a esos traslados de larga distancia. 

Una tarde, en una reunión con los coordinadores de la compañía ferroviaria nacional ucraniana, Ukrzaliznytsia, en Lviv, propuse utilizar trenes como trenes “medicalizados” para evacuar pacientes hacia el oeste. Apoyaron la idea y recordaron que se había hecho algo similar en la Segunda Guerra Mundial. 

Comenzaron a desmontar vagones en el depósito ferroviario mientras enviábamos equipos médicos y técnicos con los que adaptarlos para realizar cuidados intensivos, con concentradores de oxígeno y energía eléctrica autónoma. No sabíamos si el proyecto funcionaría más allá de unas cuantas rotaciones, en el mejor de los casos. Al finalizar el año, aproximadamente 2.500 pacientes habían sido trasladados de forma segura por todo el país en 80 rotaciones, normalmente de noche, y los viajes duraban 24 horas o más.

La guerra también afectó los servicios de ambulancias, ya que las tripulaciones sufrieron heridas o fueron asesinadas y sus vehículos fueron destruidos (en especial, en Lugansk y Donetsk), mientras que la cantidad de pacientes con heridas de guerra seguía aumentando. En consecuencia, el transporte de emergencia en ambulancia se convirtió en un componente fundamental de nuestra respuesta médica en las regiones más afectadas por la guerra del este de Ucrania e hicimos de 50 a 100 derivaciones a la semana. Por lo general, trasladábamos a los pacientes con heridas de guerra desde los agotados hospitales del Ministerio de Sanidad cercanos al frente de combate hasta la relativamente segura Dnipro, donde podían recibir la atención que necesitaban. 

También dirigimos clínicas móviles para ayudar a las personas que se habían quedado sin acceso a la atención médica durante la ocupación rusa en Jersón, Járkov, Chernígov, Kiev y Mykolaiv. Cuando las fuerzas ucranianas recuperaron pueblos y ciudades, descubrimos que la mayoría de las personas mayores que habían decidido quedarse o no habían podido huir a tiempo no tenían acceso a la atención ni a los medicamentos vitales que les recetaban antes de la guerra para manejar sus enfermedades crónicas. 

Solo en Jersón, nuestros servicios móviles cubrieron más de 160 pueblos y ciudades y ofrecieron apoyo médico y de salud mental. Con frecuencia, muchas personas habían sobrevivido, pero sus pueblos y centros sanitarios habían sido destruidos por bombas o ataques aéreos o incluso saqueados por los soldados rusos que dejaron la zona. 

Es necesario ver el alcance de la destrucción para comprenderlo completamente. Se extiende a lo largo de un frente de combate de 1.000 kilómetros y tiene una profundidad de decenas de kilómetros a ambos lados. Ni un solo pueblo quedó intacto. Potencialmente, tomará décadas reconstruir el país. Las familias que fueron evacuadas me dijeron que quizá nunca regresen, mientras que las que se quedaron siguen viviendo en edificios bombardeados y, excepto las breves visitas médicas, tienen poca asistencia médica. 

Es importante destacar que la mayor parte de la asistencia aquí y en todo el país es proporcionada por las autoridades nacionales, respaldadas por activistas dinámicos de la sociedad civil que se autoorganizaron desde el primer día. Llegan hasta donde ninguna organización internacional se atreve a llegar, a veces con un gran coste personal.

Mientras tanto, a pesar de las prolongadas negociaciones, Moscú no nos ha concedido permiso a MSF para trabajar al otro lado del frente de combate, en las regiones de Ucrania que actualmente están bajo su control. Esto es lamentable, ya que por la situación que observamos en zonas que anteriormente estaban bajo control ruso, consideramos que el acceso humanitario allí es prioritario. Los ucranianos con los que hemos estado en contacto en Mariupol, Zaporiyia y Jersón confirman que tienen muchas necesidades y solicitan asistencia.

Solo podemos esperar que esto cambie, ya que no hay indicios de que la guerra vaya a terminar, y la gente sigue sufriendo el estrés y el peligro constantes de los ataques diarios con drones y misiles. 

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