República Centroafricana (RCA) es uno de los muchos países de África donde la pandemia no llegó a ser la catástrofe que se esperaba. Si bien es un gran alivio, el efecto dominó que la COVID-19 ha tenido en el frágil sistema de salud ha sido importante. Los programas de vacunación y el tratamiento de enfermedades como la malaria, la desnutrición y el sarampión son solo algunos ejemplos de las actividades vitales que se han tenido que reducir. Aunque la pandemia no golpeó como se preveía, los equipos de MSF permanecen vigilantes: el más mínimo brote sería devastador, sobre todo ahora que el país sufre un recrudecimiento de la violencia.
Bambari no se puede permitir una pandemia
Zara Ali, de 30 años, trabaja en primeros auxilios. Antes desempeñaba su labor en la comunidad, pero, con la llegada de la COVID-19, se unió al equipo de triaje del hospital de Bambari.
El equipo del hospital de Bambari ayudó a reducir el impacto de la COVID-19 con la temprana identificación de pacientes con síntomas. Pero, en República Centroafricana, la gente tiene preocupaciones y necesidades médicas mucho más urgentes, como la malaria y la creciente desnutrición infantil.
Ali es hermano de Zara. Durante los dos meses que los colegios estuvieron cerrados por culpa de la pandemia, dio clase a los niños y niñas de su familia en su casa en Bambari.