El año 2020 fue enormemente difícil en todo el mundo, debido a la extraordinaria carga de enfermedad, pérdida, miedo y desolación causada por la pandemia de COVID-19 y sus consecuencias. En muchos países en los que trabaja Médicos Sin Fronteras (MSF) —y en algunos en los que normalmente no lo hacemos—, la pandemia agravó los problemas ya existentes en la atención médica por culpa de los conflictos, los desplazamientos y la pobreza. Fue uno de los años que más esfuerzo nos han demandado en casi medio siglo de trabajo asistencial; nuestros equipos trabajaron en casi 90 países para responder a la COVID-19 y a otras emergencias, situaciones de violencia y brotes de enfermedad, todo lo cual se volvió más complejo debido a la pandemia.
COVID-19: pandemia mundial, efecto global
Aunque siempre presente, la pandemia de COVID-19 fue un problema secundario para muchas personas en los países en los que trabajamos habitualmente. La gente siguió muriendo de malaria, desnutrición y otras enfermedades, a menudo por falta de atención médica. Las campañas de vacunación se cancelaron y las restricciones de movimiento impidieron que muchas personas llegaran a los centros de salud. Mientras respondíamos a la COVID-19, también nos centramos en preservar el acceso a la atención médica y en ayudar a evitar el colapso de los sistemas de salud.
Luchamos por mantener nuestra labor diaria y evitar el “efecto dominó” de enfermedades y muertes causadas por otras afecciones. Por ejemplo, logramos en gran medida mantener nuestros programas de VIH, hepatitis C y tuberculosis, con protocolos adaptados y enfoques alternativos que nos ayudaron a seguir proporcionando tratamiento al tiempo que protegíamos de la COVID-19 a pacientes y personal. En otros casos, intentamos cubrir las brechas en la atención médica. El personal de nuestra maternidad de Nablús, en Mosul (Irak), reforzó su capacidad cuando otros centros de la ciudad cerraban por la COVID-19. Sin embargo, en algunos lugares, la pandemia nos obligó a suspender las actividades; en Pakistán, el programa de tratamiento de leishmaniasis cutánea tuvo que suspenderse y una maternidad cerró durante dos semanas cuando parte de su personal se contagió.
Las primeras actividades de MSF relacionadas con la COVID-19 se desarrollaron en Hong Kong asistiendo a personas vulnerables. En febrero y marzo, cuando se cerraron las fronteras y los aeropuertos, se hizo cada vez más difícil llevar suministros y personal a nuestros proyectos. La lucha por conseguir los escasos equipos de protección individual (EPI) disponibles a principios de 2020 hizo que fuera difícil garantizar la correcta protección de personal y pacientes y puso de relieve las manifiestas desigualdades entre los países más ricos y los más pobres.
Aunque no se confirmaron nuestros temores de que el virus causara el colapso de los sistemas de salud con menos recursos, los países en los que trabajamos no fueron completamente ajenos a este riego. Por ejemplo, nuestros equipos atendieron a pacientes graves con COVID-19 en Haití, Sudáfrica y Yemen. En este último país, dirigimos los únicos dos centros de tratamiento de la ciudad de Adén, donde hubo una enorme afluencia de enfermos críticos que hubo que atender, a menudo, con una cantidad insuficiente de respiradores para los pacientes y de EPI para el personal.
Mientras tanto, nuestros equipos se encontraron trabajando en países ricos —en algunos casos por primera vez— para cubrir la falta de conocimientos sobre la respuesta a epidemias. En Europa y Estados Unidos, asistimos a colectivos vulnerables a los que las autoridades habían olvidado, cuando no abandonado. En estos grupos —como mayores de edad, personas sin hogar y migrantes—, la tasa de enfermedad aumentó vertiginosamente. En España, Bélgica y Estados Unidos, nos enfocamos en centros donde se hace vida comunitaria, como las residencias de mayores; en París (Francia), observamos tasas de infección del 94% en una residencia social para trabajadores migrantes. También asistimos a personas sin hogar y migrantes en muchos países, como Italia, Suiza y Brasil.
Durante 2020, fuimos adaptando nuestra respuesta de forma permanente a medida que reuníamos más conocimientos sobre el virus. Nuestros equipos atendieron consultas por teléfono u online. Utilizamos técnicas innovadoras, como las simulaciones en 3D con las que asesoramos a residencias de mayores en España, para que organizaran flujos de personas que redujeran las infecciones. También adaptamos nuestros propios centros para convertirlos en hospitales para COVID-19, como fue el caso de la clínica para pacientes quemados de Puerto Príncipe (Haití) y de las unidades quirúrgicas de Mosul (Irak) y Bar Elias (Líbano). En paralelo, denunciamos las desigualdades y la Campaña de Acceso instó a las farmacéuticas a no hacer negocios con la pandemia y pidió a los Gobiernos que plantaran cara a los monopolios de patentes para que tratamientos, diagnósticos y demás herramientas estuvieran disponibles lo más rápidamente y al menor precio posible en los países en los que trabajamos.
Castigar a quienes se desplazan
La COVID-19 tuvo un efecto de gran alcance en otras áreas de nuestra labor. Los Gobiernos usaron la pandemia como excusa para castigar o privar de derechos y asistencia a las personas que se desplazan. Se impusieron restricciones de movimiento en los campos de refugiados de Bentiu (Sudán del Sur) y de Cox’s Bazar (Bangladesh). Las autoridades griegas se sirvieron de argumentos pobres de planificación urbanística para cerrar el centro de aislamiento para pacientes con COVID-19 que habíamos abierto para las personas atrapadas en Lesbos. En mayo, pedimos a las autoridades estadounidenses y mexicanas que detuvieran las deportaciones masivas desde focos activos de la pandemia a países de Centroamérica y el Caribe cuyos sistemas de salud son más frágiles.
Cuando fue posible, continuamos con nuestras actividades de búsqueda y rescate en el mar Mediterráneo —primero con el Ocean Viking y luego con el Sea-Watch 4—, para asistir a las personas que huían de las nefastas condiciones en Libia. Sin embargo, estas iniciativas de las ONG fueron blanco de intimidaciones constantes por parte de las autoridades italianas; en un momento dado, prácticamente todas las embarcaciones de las ONG estaban retenidas por problemas técnicos de poca importancia, lo que las dejó con escasa o nula capacidad de rescate. El Sea-Watch 4 estuvo detenido durante seis meses a partir de septiembre.
Las autoridades europeas mantuvieron su intransigencia con personas migrantes y refugiadas, como demuestran el desmantelamiento rutinario de los campos de acogida de París y las estrategias disuasorias y abusivas por parte de las autoridades de la península balcánica. Las rigurosas medidas de retención y las deplorables condiciones de vida en el asentamiento de Moria (Grecia) llevaron al incendio que lo destruyó en septiembre. En cada uno de estos lugares, proporcionamos asistencia médica y apoyo psicológico.
Atención en zonas de conflicto
En 2020, tuvimos que suspender temporalmente o reducir algunas de nuestras actividades tras los actos violentos perpetrados contra nuestros centros y su personal, en lugares como Taiz (Yemen), el estado de Borno (Nigeria), el territorio de Fizi (República Democrática del Congo, RDC) y el noroeste de Camerún. El 12 de mayo, tras el asalto sufrido por la maternidad del hospital de Dashte Barchi, en Kabul (Afganistán), en el que murieron 16 madres y una matrona de MSF, no tuvimos más opción que cerrar el centro, lo que dejó sin atención obstétrica y neonatal crítica a muchas mujeres y bebés.
Nuestros equipos siguieron asistiendo a las personas desplazadas en campos en las provincias de Kivu Norte, Kivu Sur e Ituri, en el noreste de RDC —donde la violencia aumentó vertiginosamente—, y en la provincia de Cabo Delgado, en Mozambique, donde un conflicto permanente y casi siempre poco visible ha obligado a miles de personas a abandonar sus hogares. En junio, tras recrudecerse los enfrentamientos entre las comunidades del Gran Pibor (Sudán del Sur), enviamos equipos móviles para llevar atención de emergencia a las poblaciones traumatizadas que habían tenido que huir a campo abierto.
En 2020, la inestabilidad y la violencia prosiguieron en el Sahel, concretamente en Burkina Faso, Mali y Níger, lo que causó desplazamientos masivos y agravó las necesidades humanitarias; nuestros equipos respondieron lo mejor que pudieron.
En octubre, volvió el conflicto en Nagorno Karabaj entre Armenia y Azerbaiyán. Durante los enfrentamientos, los equipos de MSF evaluaron las necesidades y ofrecieron asistencia de emergencia; en diciembre ya se habían iniciado los programas regulares.
A principios de noviembre, el primer ministro de Etiopía ordenó una operación militar contra el Frente de Liberación Popular de Tigray en esta región del norte. Para finales de año, los violentos enfrentamientos habían desplazado a cientos de miles de personas tanto dentro de Tigray como hacia el interior del vecino Sudán, donde buscaron refugio en campamentos improvisados. Nuestros equipos ofrecieron alimentos, agua, servicios de saneamiento y atención médica a las personas desplazadas y a las comunidades de acogida a ambos lados de la frontera.
Respuesta a desastres naturales y enfermedades
Estos últimos años, hemos respondido a emergencias causadas por el cambio climático. En Niamey (Níger), las lluvias fueron más fuertes y eso provocó inundaciones; los equipos de MSF que respondieron a estas crisis observaron un aumento de los casos de malaria y desnutrición, estos últimos debidos a la pérdida de los cultivos.
En el Sahel, el cambio climático ha contribuido a desequilibrar las tierras disponibles para las comunidades ganaderas y agricultoras. La competencia por los recursos y la incapacidad de las autoridades para negociar el acceso a la tierra han tenido como resultado el conflicto entre los dos grupos, que vino a sumarse a la violencia y la inseguridad ya existentes en la región.
Independientemente de que el cambio climático fuera o no la causa, los equipos de MSF continuaron respondiendo a los desastres naturales y a los brotes de enfermedad. En 2020, asistimos a personas afectadas por tormentas catastróficas en El Salvador, por inundaciones en Somalia, Sudán y Sudán del Sur, y por un huracán en Honduras.
Nuestros equipos también dirigieron campañas de tratamiento y prevención de la malaria en países como Venezuela, Nigeria, Burundi y Guinea, y atendieron a pacientes con cólera y diarrea acuosa aguda en Kenia, Etiopía, Mozambique y Yemen.
Por otra parte, en noviembre de 2020, finalizaron más de dos años y medio de brotes consecutivos de Ébola en RDC; para entonces, habían fallecido más de 2.300 personas. Los equipos de MSF dieron atención médica y ayudaron a las autoridades a controlar los tres brotes.
La gran epidemia de sarampión de 2019 continuó en 2020 y afectó gravemente a RDC, República Centroafricana y Chad. También murieron miles de niños en los brotes de Mali y Sudán del Sur, algunos en su casa, y muchos sin haber recibido nunca una atención médica adecuada. Siempre que fue posible, los equipos de MSF proporcionaron tratamiento y, para frenar los brotes, iniciaron vacunaciones masivas, aunque estas últimas con frecuencia se interrumpieron o cancelaron debido a la COVID-19; lo mismo ocurrió con las vacunaciones de rutina.
En 2021, mantenemos nuestro compromiso: haremos todo lo posible por encontrar y ayudar a las personas más necesitadas, sin importar su raza, religión o convicciones políticas.
Por Oliver Behn, Dr. Marc Biot, Dra. Isabelle Defourny, Michiel Hofman, Christine Jamet y Teresa Sancristoval, directores de Operaciones.