En una zona de guerra, una bomba que explota no solo le explota a una persona: le explota a una familia, a una comunidad. Cuando pusimos en marcha nuestro proyecto de cirugía de urgencias en el hospital de Tal Abyad en Siria, para ofrecer una respuesta humanitaria al asedio de Raqa, una de nuestras primeras pacientes fue una niña de unos 11 años. Se había refugiado con su familia en una escuela cuando explotó un artefacto de fabricación casera. Llegó al hospital con quemaduras graves y no la acompañaba nadie de su familia. Afortunadamente, su madre y su tío dieron con ella al cabo de 36 horas. Dos de sus hermanos también habían resultado heridos y estaban en otros hospitales. Fue entonces cuando vimos lo poderoso de aquella red de familias y amigos que finalmente fue capaz de localizar a los dos niños y reunirlos con su hermana en nuestro hospital.
Durante los primeros días del proyecto, atendíamos tanto heridas inmediatas relacionadas con la guerra como lesiones desatendidas de personas que llevaban semanas sin poder ser operadas. También vimos los casos quirúrgicos típicos de cualquier comunidad: accidentes de tráfico, fracturas por caídas, apendicitis, etc. Pese a que teníamos previsto reducir nuestra respuesta quirúrgica cuando cesaran los combates, la gente comenzó a regresar a Raqa mucho más rápido de lo esperado. De hecho, demasiado rápido para que se pudiera limpiar la ciudad de artefactos explosivos. Lo que siguió fue un periodo de actividad desenfrenada, ya que el hospital al que damos apoyo era la única instalación civil de urgencias de la región y se desbordó de víctimas de explosiones. Ahora los heridos eran casi todos hombres jóvenes que, tras regresar solos a casa para evaluar su estado y el de sus tierras, se enfrentaban a la formidable tarea de evitar las municiones sin estallar, a menudo con resultados trágicos. Una vez más, la comunidad sufrió la devastadora pérdida de hombres en edad de trabajar, de padres de familia, precisamente cuando intentaban volver a casa.
En el norte de Siria, al igual que en el sur del país, o en Irak o en Yemen, la cirugía de urgencias de MSF se centra en atender las heridas causadas por explosiones y proyectiles de armas de alta velocidad, lo que refleja la sofisticación de los vastos recursos militares a disposición de las partes beligerantes. Esta cirugía requiere experiencia en reanimación, cuidados críticos, cuidado de quemaduras y tratamiento de lesiones abdominales, vasculares y ortopédicas complejas.
Aparte de los aspectos técnicos, la atención de urgencias traumatológicas en estos contextos plantea numerosos desafíos logísticos. El simple hecho de trasladar a los pacientes desde el lugar donde se produjo la lesión al hospital puede ser una empresa arriesgada debido a los enfrentamientos, la destrucción de las carreteras y la ausencia de un verdadero servicio de ambulancias. En lugares como Siria y Yemen, tratamos de establecer puestos de estabilización de urgencias traumatológicas para que los pacientes reciban los primeros auxilios y atención de emergencia, se determine la gravedad de su estado y sean trasladados de manera eficiente a un hospital donde ya se les pueda practicar la cirugía, que a menudo es vital. Afortunadamente, varios de estos países tenían ya buenos niveles de atención médica y los requisitos básicos para la cirugía (como la esterilización, el equipo necesario y la atención posoperatoria) son bien conocidos. El personal que contratamos en estos países está muy cualificado y su trabajo es determinante para configurar y ejecutar estos programas.
Los conflictos en Oriente Próximo pueden ser más visibles para el público, pero MSF también ofrece cirugía de urgencias traumatológicas en varias guerras olvidadas. En Sudán del Sur, donde en 2017 se produjo un recrudecimiento de los combates, nuestra respuesta abarcó desde el triaje de pacientes en incidentes con víctimas en masa en los proyectos más pequeños y remotos (como Lankien), hasta la organización de un programa quirúrgico completo (como en Bentiu). En países como este, las lesiones son principalmente fruto de armas de fuego, cuchillos, machetes o lanzas, buen reflejo de las diferencias armamentísticas de los beligerantes en estos contextos. Sin embargo, aunque las lesiones puedan ser relativamente menos complejas, los principios de la cirugía de urgencias son los mismos: reanimación temprana, cirugía de control de daños y limpieza completa y frecuente de las heridas.
En República Centroafricana, la situación es tan impredecible que es todo un desafío estar en el lugar indicado y en el momento preciso con los recursos adecuados. En 2017, iniciamos un nuevo programa quirúrgico en un hospital del Ministerio de Salud en Bambari; pero, a medida que la violencia se desbocaba, nos vimos obligados a destinar parte de los recursos de otros proyectos en otras zonas —como personal quirúrgico y médico— para redoblar nuestra respuesta. También pudimos derivar a pacientes al programa de urgencias traumatológicas en Bangui para que recibieran allí atención especializada.
Los países que sufren estas guerras olvidadas a menudo también padecen las consecuencias del abandono sufrido durante décadas por el sistema sanitario. Establecer un programa de cirugía de urgencias en un área remota de Sudán del Sur o de RCA es muy diferente a hacerlo en un hospital de Oriente Próximo. A menudo es necesario llevar todos los equipos, medicamentos y materiales biomédicos, y a veces incluso una tienda de campaña en la que poder operar (estéril y sofisticada, eso sí). En estas áreas, un solo equipo quirúrgico puede realizar todo tipo de intervenciones, desde heridas de machete hasta las apendicectomías y cesáreas.
En todos los lugares donde trabajamos, nuestros equipos locales son valiosisísimos a la hora de poder ampliar la capacidad quirúrgica. En República Democrática del Congo, hace años que trabajamos con el Ministerio de Salud en Mweso. En este proyecto, un equipo de médicos congoleños formados y con un compromiso total se encargan de la mayor parte de la atención quirúrgica, mientras que nuestro personal procedente de otros países se encarga de las formaciones, la docencia y la supervisión. En lugares como Mweso y Walikale, en Kivu Norte, MSF forma parte de la comunidad, no solo en el hospital sino también en las ciudades, y los niños a menudo saludan a nuestros equipos con gritos de “MSF” y los pulgares en alto.
Dado que los efectos de la violencia se propagan por las comunidades, es necesaria una respuesta basada en la comunidad para tratar las consecuencias del trauma. Nuestra comunidad de cirugía de urgencias no solo la forman los cirujanos, médicos, anestesistas y enfermeros que trabajan directamente con los heridos; también forman parte de ella los psicólogos, los fisioterapeutas, los logistas, los administradores, incluso los intérpretes que no solo traducen los idiomas locales, sino que aportan también una comprensión más profunda de los lugares en los que trabajamos.
Como cirujanos de urgencias y trabajadores humanitarios que somos, siempre nos esforzamos por proporcionar el mejor cuidado posible a nuestros pacientes, ya sea en países como Siria, que reciben mucha atención, o como RCA, que sufren al margen de la atención pública. En todos estos lugares, presenciamos los efectos de la violencia en las familias y las comunidades. Los experimentamos junto a nuestros pacientes y colegas y luchamos para hacerlos más llevadero.