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Migrants and Refugees in Mexico shelters
Memoria Internacional 2018

El sueño americano se ha roto: violencia en la ruta migratoria de Centroamérica

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En el denominado Triángulo Norte de Centroamérica —y a lo largo de la peligrosa ruta migratoria que cruza México rumbo a Estados Unidos—, dos poderosas fuerzas opuestas han atrapado a miles de personas en un ciclo aparentemente interminable de violencia y desplazamiento.

Todos los años, la profunda desigualdad social, la inestabilidad política y el conflicto brutal en Guatemala, Honduras y El Salvador obligan a unas 500.000 personas a huir hacia el norte para buscar seguridad; mientras, en EE. UU., el Gobierno intensifica las deportaciones y desmantela las protecciones legales para refugiados y solicitantes de asilo con el fin de obligarlos a regresar.

México ha quedado atrapado en medio. Aunque el Gobierno estadounidense ha intentado repetidamente declarar ‘lugar seguro’ a México, para que los refugiados pidan allí asilo, la evidencia —que incluye los testimonios aportados por los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) que trabajan en la ruta migratoria— demuestra que no lo es. Varados en puntos de paso y pueblos a lo largo de la frontera, migrantes, refugiados y solicitantes de asilo procedentes de México y de los países del Triángulo Norte quedan expuestos a secuestros, extorsión y abusos atroces.

En 2018, intensificamos nuestra respuesta para atender las consecuencias físicas y psicológicas de este desastre. Ampliamos nuestras actividades de salud mental y psicosociales en centros de salud y refugios para migrantes a lo largo de las rutas del norte mexicano. También trabajamos para adaptar nuestra respuesta, para poder atender lo mejor posible al número creciente de personas que cruzan el país.

Sin más opción que huir

Las personas que atendemos por toda la región han compartido con nosotros las historias de violencia y criminalidad que las forzaron a abandonar sus hogares. En particular, describen el dominio de las maras en sus países. Muchas de estas personas no tienen más alternativa que huir.

Lucila, una vendedora de fruta de 56 años de San Salvador, capital de El Salvador y su ciudad más poblada, ahora trabaja en un refugio para migrantes. Lucila contó durante una consulta psicológica con MSF que su hijo mayor había sido asesinado por una mara. Cuando la misma banda intentó reclutar a otro de sus hijos, ambos se marcharon de su hogar para siempre. 

Guadalupe, madre de cinco hijos, huyó de su hogar en Honduras cuando una de las maras empezó a demostrar interés por el de 14 años. “La mara quería que vigilara para ellos, por eso nos fuimos”, decía. Después, al llegar a la frontera de Guatemala con México, Guadalupe fue violada. Se presentó en la clínica de MSF en Tenosique, donde tratamos sus heridas físicas y psicológicas.

Los equipos de MSF dirigen varios proyectos en países del Triángulo Norte para asistir a personas vulnerables y desplazadas. En Honduras, ofrecemos atención médica y psicosocial de emergencia para víctimas de violencia física y sexual. En El Salvador, nuestras clínicas móviles prestan servicios de atención primaria, salud mental y salud sexual y reproductiva en regiones donde la falta de seguridad impide el acceso de las personas a la asistencia médica.

Migrantes y refugiados en albergues de México
Un hombre descansa en un albergue de Tenosique, en México, después de ser atendido por heridas en los pies (febrero de 2018).
Juan Carlos Tomasi/MSF

Atención para personas en movimiento

Quienes toman la dolorosa decisión de abandonar su hogar encuentran más peligros en el camino. En México, migrantes, refugiados y solicitantes de asilo se enfrentan a robos, secuestros, violencia y muerte. “Vemos lo que es esperable en personas que se desplazan: llagas, deshidratación o fiebre”, explica Candy Hernández, médica de MSF que trabaja en el refugio La 72, en Tenosique, un pueblo mexicano del estado de Tabasco, en la frontera con Guatemala. “Pero también vemos los efectos terribles de la violencia de las maras que les atacan en la ruta y les roban: machetazos, golpes, abusos y violencia sexual”. 

Seguir adelante y cruzar México es descubrir que la violencia y la criminalidad también abundan en la frontera con EE. UU. En esa zona, el secuestro es un negocio lucrativo: exhaustas y desorientadas, estas personas son raptadas por grupos criminales en estaciones de autobús para luego pedir rescate por ellas.

Esto le sucedió a Alberto, de Guatemala. Terminó en un refugio en Nuevo Laredo, en México; allí fue atendido por nuestro equipo. “Te interrogan, te quitan el celular y te obligan a darles el número de teléfono de tu familia. Llaman a tu familia y le piden dinero. Pueden ser 2.500 o 3.000 dólares” (unos 2.400 euros). Si el rehén no consigue el dinero, lo torturan o lo matan. 

Desde la frontera sur con Guatemala hasta el Río Grande y en lugares claves entre ambos puntos, nuestros equipos trabajan en clínicas fijas y móviles y en refugios, y ofrecen apoyo médico y psicosocial tanto a las personas en movimiento como a las comunidades locales afectadas por la violencia. Estos programas incluyen atención psicológica especializada para víctimas de violencia extrema en un centro terapéutico en la Ciudad de México.

“Aquí vemos situaciones similares a las de personas que han sobrevivido a la guerra”, explica Diego Falcón Manzano, psicólogo de MSF que trabaja en este centro. Con frecuencia, los delincuentes usan la tortura psicológica para extorsionar a sus víctimas o reclutar nuevos miembros por la fuerza. “Antes, en el viaje, o te golpeaban o te violaban. Ahora, no solo te golpean: te obligan a ver cómo maltratan a otras personas, o te obligan a matar a alguien o a manipular miembros de cuerpos humanos”.

Migrantes y refugiados en los albergues de México 
Un poco de reposo antes de reanudar la ruta hacia Estados Unidos (febrero de 2018).
Juan Carlos Tomasi/MSF

Regreso forzado

Incluso cuando logran cruzar la frontera a Estados Unidos, los problemas no terminan ahí: está la posibilidad de la deportación, de volver al punto de partida, o peor. Y no solo son deportadas a México o a sus países de origen las personas que son atrapadas en la frontera: muchas otras que llevan años o incluso décadas construyendo su vida en Estados Unidos pueden ser repentinamente deportadas, devueltas a países que ya no consideran su hogar.

Las personas deportadas se encuentran, otra vez, en el mismo clima de brutalidad y miedo del que tan desesperadamente intentaron escapar. Con frecuencia, descubren que las maras de las que escaparon las estaban esperando. Por eso, mucha gente, impulsada por fuerzas que escapan a su control, se lanza otra vez a la misma ruta hacia el norte: de nuevo hacia la única salida, de violencia y desplazamiento.

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